Salud emocional, trabajo y familia. Lamentablemente he de admitir que a menudo son numerosos los distintos periodos del año en los que dedico más tiempo a mi trabajo que a mi propia familia. Y no me siento orgulloso de ello, sino responsable. Una situación que, sin duda, me permite reconocer la importancia de una buena salud emocional en mi oficina (también mis clientes y proveedores) como un factor clave también para mi propia salud emocional, la misma que luego debo proyectar a mi familia. Es sabido que el estrés laboral está muy relacionacionado con el estrés emocional, y que en consecuencia, a mayor madurez emocional, menores índices de estrés.
Sin embargo, la actual crisis económica, de valores, crisis social..., que se prolonga desde hace casi tres años está generando un tiempo de cambios muy profundos y rápidos que está influyendo decididamente tanto en las personas como en las organzaciones. Todo está sucediendo a demasiada velocidad (les recomiendo -si desean curarse- el libro La Era de la Velocidad de Vince Poscente), alterando las relaciones personales, comerciales y de costumbres; y está surgiendo un nuevo consumidor y usuario que, incluso, está provocando que importantes consultoras a nivel mundial estén dedicadas a estudiar la demografía y los nuevos roles sociales para llegar a comprender qué está ocurriendo. Y no es fácil saberlo del todo o en qué desembocarán tantos cambios; una situación que, de entrada, nos ha provocado una primera consecuencia: tener que aprender rápido (el mundo comercial, por ejemplo, ya no es tanto de los grandes, sino de los rápidos en actuar); y esta gran conexión de transformaciones no son solamente económicas, políticas, culturales o sociales; sino de modelos de relaciones y, por tanto, de empresas y servicios a los ciudadanos.
Llevo escribiendo desde que sé leer, y escribiendo a máquina desde que tenía unos 8 años. Cuando mi padre me quiso hacer un gran regalo durante la adolescencia, lo tuve claro, le pedí una máquina de escribir eléctrica (¡una Olympia!). Luego vino el ordenador, las impresoras... y hoy el Iphone y el Ipad como modelos de desarrollos tecnológicos de última generación relacionados con las comunicaciones. Y lo cierto es que, todos aquéllos que nos incorporamos al mundo laboral utilizando las viejas máquinas de escribir, hemos vivido un conjunto de cambios tecnológicos muy importantes y, en apenas, venticinco años. ¡25 años! Y como diría mi admirado González-Alorda, lo que no podemos obviar es que los cambios tecnológicos nunca vienen solos, detrás de estos cambios, hay transformaciones (sociales, políticas, económicas) y de usos y costumbres muy importantes.
Y en este nuevo entorno tan desquiciado por el dinamismo, la competitividad, una muy especial innovación tecnológica catalizada por internet, nos encontramos con importantes cambios demográficos, envejecimiento de la población, inmigración, etc., y además, una mayor cultura y exigencia como ciudadanos que proyectamos en una mayor demanda de calidad en los servicios que, como usuarios, recibimos ya sean del Estado o de la empresa privada. En los últimos 20 años, Comunidad Europea además, ha proyectado desde los países del Norte, ese proteccionismo absoluto por el consumidor que hoy disfrutamos y también demandamos... es decir, nuestros entornos profesionales se han convertido en un paisaje humano muy complejo e inestable y en él debemos saber cómo actuar.
¿Y cómo hacerlo? La respuesta es compleja y, sin tener todas las claves, considero que un concepto deberemos manejar decidamente: capacidad de adaptación. ¿Y qué objetivo perseguimos al referirnos a emocionalidad en este entorno tan dinámino? La supervivencia. Una empresa madura emocionalmente (sus empleados, su expectativas, sus valores...) podrá verse afectada por una gran crisis o por un cambio de modelo de negocio, pero sobrevivirá.
Si hubiera algún lector, mi agradecimiento por su tiempo.
VALE. David Cáceres
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