Para la ponencia me había marcado un objetivo muy claro: mostrar con distintas reflexiones cómo cada uno de nosotros (con nuestro comportamiento) influimos en los demás compañeros con los que compartimos el día a día, y en consecuencia, en el colectivo del que somos parte; ya se trate de una organización con cientos de empleados, o el más minúsculo departamento de una pequeña empresa; ya sea de trabajadores con o sin contacto directo con el público. En suma, esa realidad por la que el espacio laboral es un sistema vivo capaz de influirnos individualmente tanto cómo nosotros a éste.
Hoy es muy popular el término Inteligencia Emocional, gracias entre otros, al gran Daniel Goleman, propulsor de la inscuestionable influencia de las emociones en el logro de los resultados profesionales. Las dificultades están siempre en el entorno laboral, pero si optamos por que nos influyan nos restarán, y si las acogemos como una oportunidad de aprendizaje quizá nos permitan vencerlas. Siendo la emocionalidad una de las claves para establecer en los equipos una forma de pensar, ser y actuar positivas capaz de lo mejor. Cualquier empresa tiene en la forma de reacción emocional ante cualquier acontecimiento o suma de acontecimientos (graves o superficiales) una manera de generar emociones de grupo, que bien gestionadas, resultan de gran ayuda. Cualquiera de nosotros (es absurdo negarlo) navega durante un año laboral por la vanidad, el rencor, o se siente injustamente tratado alguna vez, o reclama o practica el afecto hacia sus compañeros, o se deja dominar por la desilusión, o se deja llevar por el entusiasmo y disfruta de su labor. Son las emociones y todos los matices que tanto nos influyen a la hora de abordar nuestro día a día. Hace muchos años, en una de las reuniones ordinarias a las que éramos convocados en MAPFRE Asitencia a nivel nacional, ante del director comercial y el Consejero Delegado, propuse reservar como primer o último punto del orden del día, poder hablar sobre cómo nos sentíamos como equipo. Solo se hizo una vez, y creo que fue la reunión en la que más aprendimos todos de todos, y lo que resultó más clarificador, sobre la organización. Entonces comprendí que bastaría con que un equipo abordase cómo se siente cuatro veces al año para construir una emocionalidad adecuada. ¿Por qué no se hace? ¿Por qué ocultamos bajo una lista de obligaciones y deberes, el poder palpar qué se cuece entre las personas y sanar lo que sea necesario? ¿Por qué fracasan a veces los proyectos...? Siempre recordaré que decidí marcharme de MAPFRE, no porque no me entusiamara el trabajo, sino porque el estado emocional era irrespirable y nadie parecía estar interesado en hacer nada por remediarlo. Así era muy difícil.
Sin duda de las peores tragedias para cualquier colectivo humano en el ámbito profesional sea permanecer en el resentimiento y en la resignación (y en todo cuanto estos dos estados de ánimo nos limitan); dos emociones muy negativas que, a menudo, no son fruto de un día sino de una larga suma de pequeños acontecimientos y malas experiencias (asimiladas así individualmente) que las fuimos sufriendo hasta constituirse en todo un malestar capaz de lesionar al grupo. Cuando son la serenidad y la ambición, las emociones que deberíamos propulsar como objetivo número uno. Se trata, por tanto, de estar alerta ante el contagio positivo de las emociones a nuestros compañero casi como un instinto de protección personal ante el mal que nos puede hacer un ambiente inadecuado donde debemos permanecer tanta horas al cabo del día.
Cierto es, que nuestras posibilidades de cambiar la forma de pensar o actuar de un compañero determinado que lesiona (consciente o inconscientemente al grupo) son, a veces, muy limitadas; luego en estos caso nuestro deber será cambiar esos pensamientos colectivos de flotan en el ambiente (y que todos hemos alimentados a lo largo del tiempo); hablando de ello y proponiendo establecer otras pautas de pensamientos más positivas y satisfactorias. Se trata de ser concientes de lo mucho que podemos mejorar nuestro entorno emitiendo juicios colectivos que valoren lo conseguido, aunque sea poco debido a las circunstancias, especialmente cuando, como en circunstancia económicas como las actuales, las limitaciones y dificultades son muchas. La creatividad no surge de la nada ni se le espera cuando más se necesita, es también un estado de ánimo y una capacidad que todos llevamos y que, a menudo, se propulsa si el medio es el adecuado. No solo son personas creativas aquellas que escriben poemas, pintan paisajes, o se dedican a la decoración de interiores; según nos hacen creer erróneamente. Una persona creativa es también aquella que es capaz de mejorar el entorno en el que vive y convive. Y hacer más creativo nuestro ambiente profesional es tarea de todos y de las más edficantes que conozco.
Existen muchas recetas u orientaciones válidas para modelar la emocionalidad de un colectivo y favorecer emociones capaces de llevarnos en volandas porque somos algo más que vemos (según el verso de Miguel Hernández) y ayudarnos en la tarea de los logros profesionales. Durante la ponencia a los congresista hice referencia a la motivación que les había convocado en Torremolinos, para abordar, analizar y reflexionar problemas de sus actividades profesionales, animándoles a que aprovechasen la oportunidad también para construir esa emocionalidad adecuada aplicable desde el momento en que regresasen a sus oficinas. Cuando convives durante unos días con compañeros de oficio, compartes algo más de un café o unas sesiones de trabajo y ocio, compartes una emoción y una enforma de asumir el mismo trabajo, realizado por personas diferentes en institucines diferentes y en ciudades distantes. Y nuestra responsabilidad es ayduarnos para promover una adecuado estado de ánimo como colectivo que nos ayude.
Si hubiera algún lector, mi agradecimiento por su tiempo.
VALE. David Cáceres
Estuve presente en ese congreso y la suerte de asistir a tu comunicación que me gusto mucho y me ha sorprendió gratamente encontrarla publicada. Gracias. Ascensión Casado
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