miércoles, 8 de diciembre de 2010

El ágora y la creatividad, ¿culturas fracasadas?

Poco más de un año después del estreno y su lánguido paso por la cartelera, he visionado en DVD la magnífica película de Alejandro Amenábar, ÁGORA. Término con el que durante la época greco-romana se denominaba al entorno público (la plaza, las calles...) de las ciudades, el ágora, también como una manera de ubicar lo que estaba fuera o extramuros del recinto dedicado a la investigación, la filosofía, la política, etc.

La película, magistralmente relatada y ambientada en la Alejandría de fines del siglo IV d.C., aborda ese espacio de transición de un tiempo de creatividad y afán de saburía (herencia griego-romana) a otro más oscuro dominado por el dogma de la fe cristiana que perduraría más mil años, esto es, hasta el Renacimiento. La película aborda con gran maestría narrativa la muerte de la curiosidad humana en favor de la fe como respuesta a todo cuanto es (o era) imposible dilucidar. Y la destrucción de su biblioteca y el empeño por salvar alguno de sus libros es una metáfora de ese empeño que ha existido siempre y en cada momento de la Historia de la humanidad por dar una respuesta inadecuada a lo que no acaba de comprender del todo, o para lo que no tiene respuestas o soluciones concretas. Cada vez que la humanidad se ha estancado o ha tenido problemas de convivencia así ha sucedido (demasiadas veces) y seguirá sucediendo.

El admirado profesor José Antonio Marina acaba de publicar un nuevo libro ejemplar: Las culturas fracasadas. El talento y la estupidez de las sociedades. Aún no lo he terminado. Es una fábula protonizada por hormigas... Un adelanto muy revelador:

Los hormigueros son sociedades perfectas, porque cada miembro se sacrifica por la perpetuación del bien común. Pero un día las hormigas se volvieron inteli­gentes y libres, y esto desbarató su convivencia. «Repeti­mos alegremente –dice el autor– que nuestra identidad depende de nuestra pertenencia a un pueblo, una reli­gión, una cultura. ¿Qué ocurre si esa cultura se encana­lla?¿Qué sucede si esa sociedad se vuelve estúpida? La cultura resuelve los problemas básicos de la convivencia, uno de los cuales es la relación del individuo con la colec­tividad. Se han dado múltiples soluciones, que van desde pasar al individuo por la trituradora ideológica y conver­tirlo en masa hasta inocularle el virus tribal o la hiperin­dividualización narcisista. ¿Cómo liberarse de la presión social sin caer en el autismo ético? Debemos evaluar las culturas, someter a las sociedades a un “test de inteligen­cia”. La capacidad creadora de nuestra inteligencia nos mantiene en permanente riesgo, y sólo una poderosa creatividad compartida puede ponernos a salvo.»

La creatividad. Como en la película de Amenábar, tengo la impresión reflexionada de estar viviendo una época (la actual) de transición hacia un nuevo período en el que la creatividad se sustituye por capacidad tecnológica o por los dogmas de nuestro tiempo (política, economía...) esto es, donde el factor humano está muy determinado, no por su capacidad de regenerarse, crear y descubrir (por ese nosotros sin que nos ayuden las máquinas), sino por el mundo de las sociedades y las personas dirigidas por otros, en las que el conocimiento no es adquirido, sino entregado. Una característica muy perculiar de EEUU como modelo de sociedad super avanzada y tremendamente dirigida e idealizada; de la que cuesta eludirse, por otro lado.

Apuesto por aquella definición de creatividad que podemos reconocer en aquellas personas y sociedades con capacidad de mejorar desde lo más mínimo a las empresas más ambiciosas. ¿Por qué nos mienten mitificando como creativa solo aquellas personas que componen piezas musicales, poemas, pintan paisajes al óleo, o juegan de mediocentro en cualquier equipo de fútbol? Hace muchos años, cuando trabajaba en Viajes Challenger, comenzó sus prácticas de Turismo un compañero que hoy dirige con éxito una agencia en Málaga, y lo primero que advertí es que tenía una enorme capacidad para mejorar los procesos de la oficina, y entre ellos, la ordenación coherente de los miles de catálogos; sin que nadie se lo pidiera. Y lo más importante, compartía el porqué de su tarea "tan creativa" con afán de superación. Una cultura que jamás será un fracaso y cuyo mayor exponente es la capacidad de querer mejorar. Que no es poco.

Si hubiera algún lector, mi agradecimiento por su tiempo.
VALE. David Cáceres

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